El optimismo desborda, y desde el Palacio Berlaymont de Bruselas (que alberga las oficinas de la Comisión Europea) se ha extendido hasta tocar las figuras geométricas y relucientes del complejo de edificios de las afueras de Estrasburgo donde se muda una vez el Parlamento Europeo un mes. Y, sin duda, el anuncio de inversiones de 315 millones de euros durante los próximos tres años en Europa transmite cierta dosis de optimismo al oyente. Sobre todo cuando, tras seis años de crisis devastadora, la economía real básicamente marca el tiempo y el hambre de trabajo se magnifica. Un contexto en el que las propuestas de cambio son cautivadoras y ciertamente bien presentadas. Como ayer en la sesión plenaria del Parlamento Europeo, ante más de 700 diputados y un gran número de periodistas que acudieron masivamente a Estrasburgo para escuchar, veinticuatro horas antes en ese mismo hemiciclo, el llamamiento del Papa Francisco a los europeos recuperar los grandes ideales que hace más de medio siglo dieron vida a ese primer núcleo de estados que creció hasta convertirse en la actual Unión Europea.
“Hoy Europa está pasando página”, garantiza Jean-Claude Juncker a menos de un mes de asumir el cargo al frente del Ejecutivo europeo. Y –con el anuncio de la creación, por parte de la propia Comisión y el BEI, de un Fondo Europeo para inversiones estratégicas (operativo a partir del próximo junio)– envía un mensaje “a todos los europeos y al resto del mundo”. Un mensaje que dice: "¡Europa vuelve, el pasado ha quedado atrás, invertir es mirar hacia el futuro!". Una Europa que, por supuesto, debe invertir para llenar el enorme hueco que en este campo se ha ido acumulando desde el inicio de la crisis con respecto a otras áreas económicamente más avanzadas. Pero, ¿cómo, con qué recursos, si en ese mismo período la relación entre deuda pública y producto interno bruto se disparó del 60% al 90% en promedio para los países miembros? Y, además, ¿serán suficientes esos trescientos mil millones y más a los que hace meses se refiere Juncker para dar el punto de inflexión (en términos de crecimiento robusto de la economía real y aumento rápido y sustancial del empleo) que todos esperan?
El nuevo presidente de la Comisión responde que no, que con un cambio de ritmo, y también de mentalidad, se puede superar el reto. Una opinión compartida por uno de sus adjuntos que supervisa sustancialmente todos los departamentos económicos y financieros, el joven y decidido ex primer ministro de Finlandia Jyrki Katainen, el "cuco" de los gobiernos de los países miembros más endeudados (incluyendo, como sabemos, , hay Italia). Sin embargo, hoy acepta y apoya la propuesta de Juncker de no tener en cuenta, en el cálculo de la ratio deuda-PIB, el gasto de un Estado para ayudar a incrementar el Fondo de nueva creación, el FEIE. Una innovación que Italia, como hoy Francia, ya venía solicitando desde tiempos del gobierno de Monti, pero que hasta ahora no había sido aceptada por Bruselas.
Una innovación, ésta, sobre la que Juncker y su equipo jugarán su "gran apuesta" por el destino de Europa. Una región del mundo donde, dicen los expertos y confirman los comisarios europeos, circula una inmensa cantidad de dinero líquido. Que podría orientarse útilmente hacia las inversiones, pero que está en gran parte congelado en el banco esperando tiempos más seguros para invertir. Dado que el factor que frena a la mayoría de los inversores es una percepción de riesgo bastante elevada, argumenta Juncker. Que, para reiniciar la confianza, propone el intercambio entre subvenciones y garantías. “Esta es la clave para recuperar el atractivo de la inversión privada”, es su firme opinión. Porque –tal vez alguien podría añadir– en esta etapa histórica no hay mucho capital público para destinar a inversiones. Y entonces el mecanismo ideado por el presidente de la Comisión con el aporte –es fácil imaginarlo– del “halcón” Katainen podría tener una perspectiva concreta de éxito.
Este es el ya mencionado mecanismo de sustitución de subvenciones europeas por garantías. Un sistema que aclara el motivo de la entrada en el terreno del Banco Europeo de Inversiones. Su presidente, el alemán Werner Hoyer, no en vano ha participado en más de uno de los últimos Consejos Europeos. Y que ayer en Estrasburgo estuvo junto a Juncker y Katainen para ilustrar a los diputados la propuesta de la Comisión que prevé la implicación de la entidad de crédito participada por las instituciones europeas que goza desde hace años de la calificación triple A de las agencias de calificación, con una larga experiencia en préstamos a mediano y largo plazo. Presencia necesaria ya que los préstamos que se desembolsarán serán en gran medida a largo plazo.
Pero para que la implementación de este mecanismo tenga éxito, es necesario –el propio Juncker lo dice sin rodeos– que los Estados miembros establezcan un compromiso sólido ayudando a fortalecer la dotación financiera del nuevo Fondo. Pero sobre todo -y aquí viene lo difícil- que se comprometan profunda y rápidamente a aligerar la carga de las cargas burocráticas y unificar la normativa a nivel europeo.
“Todos debemos comprometernos a revivir el método comunitario abandonando la lógica de los acuerdos entre los estados miembros”, es la opinión que subraya con fuerza Martin Schulz, presidente del Parlamento Europeo. Esta es una institución cuyo peso será cada vez más decisivo en las opciones de Europa. Peso que, sin embargo, correría el riesgo de anularse si los Estados miembros, o un determinado número de ellos, se interpusieran en el camino. Hipótesis muy probablemente deseada por los euroescépticos pero que, de materializarse, sería devastadora para toda Europa.