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Lanzillotta: para liberalizar los servicios públicos locales, cambiar de rumbo y actuar sobre restricciones y sanciones

La maniobra del Gobierno sobre los servicios públicos locales es confusa y hace que las liberalizaciones sean poco probables - Necesitamos cambiar el campo de juego: aplicar los estándares europeos y actuar a nivel de restricciones y sanciones - El alcalde Alemanno explica por qué no liberaliza el carísimo transporte local de Roma - Desafío también para la Liga.

Lanzillotta: para liberalizar los servicios públicos locales, cambiar de rumbo y actuar sobre restricciones y sanciones

Entre las pocas medidas procrecimiento del decreto ley con el que se aprobó la maniobra, el Gobierno se jactaba del enésimo intento de liberalización de los servicios públicos locales. ¿Realmente es verdad? En realidad, llegaremos a la meta mítica que los gobiernos de varios colores, desde 1997 (proyecto Napolitano-Vigneri), han tratado en vano de alcanzar, encontrando oposición y resistencia cuya obstinación inquebrantable es igual solo a la cantidad y omnipresencia de los intereses -económicos pero sobre todo político, ¿qué pone en juego esta reforma? El decreto Ronchi-Fitto, si bien con algunos aspectos críticos que podrían perfeccionarse, tuvo sin embargo el mérito de haber alcanzado por primera vez su objetivo y de haber sancionado el principio de la obligación de licitar para la cesión por parte de las autoridades locales en el gestión de los servicios públicos de importancia económica: por tanto, no sólo del agua, sino también de los residuos, del transporte, del medio ambiente, de los servicios culturales, asistenciales, etc., etc. El referéndum de junio eliminó estas reglas incluso antes de que pudieran desplegar sus efectos concretos.

Ahora el gobierno lo está intentando de nuevo. El objetivo de la nueva intervención legislativa debe ser limitar el daño, limitando los efectos derogatorios del referéndum a la materia sobre la que los ciudadanos realmente han expresado su opinión, es decir, la forma de encomendar la gestión de los servicios de agua. Este fue el objeto exclusivo de la campaña del referéndum (que sobre los efectos reales de la derogación del artículo 23 bis del Decreto Ronchi-Fitto sí había realizado una labor de desinformación sistemática y culpable). Pero ese era también el título del referéndum (“sobre la privatización del agua”) que la Corte de Casación (increíblemente) había admitido, olvidándose de objetar a los promotores que no se trataba de privatizar sino de liberalizar y que además al agua estaban involucrados todos los demás servicios locales.

En sustancia pues, tras la crisis financiera que azotó al mundo, Europa e Italia con la virulencia que conocemos y que obligó al Gobierno a hacer dos maniobras en quince días, la idea de que podemos crear infraestructuras imprescindibles como las de transporte, la el medio ambiente o los residuos sin la participación del capital privado, pero imaginándolos todos a expensas de las finanzas públicas. Y, tarde o temprano, esta cruda verdad también saldrá a la luz para las redes de agua, pero igualmente insostenible hoy es el hecho de que las autoridades locales puedan sustraerse a una gestión eficiente y transparente de los servicios locales al continuar transfiriendo impuestos y tarifas que cobran a los ciudadanos el costo de gestión de clientes.

Por tanto, habría sido plenamente legítima una intervención legislativa que, pura y simplemente, se hubiera limitado a excluir (por el momento) el agua y restablecer las normas derogadas para el resto de sectores. Este fue el camino más lineal y coherente que difícilmente podría haber sido discutido en política.

Quizás el Gobierno tuvo miedo de ser acusado de violar la voluntad del pueblo y eligió un camino más tortuoso y algo confuso que no está claro cómo y cuándo nos llevará a la liberalización.

Mientras tanto, establece que en el plazo de un año (por lo tanto, tiempos bíblicos) cada Municipio debe adoptar una especie de resolución marco que podría titularse "De las virtudes y pecados de la competencia y el mercado". Es decir, cada administración debe indicar qué servicios se pueden volver a poner en el mercado ya la libre iniciativa privada y cuáles se mantendrán en privatización pública. Podemos apostar a que esta oportunidad de un replanteamiento global del papel de la autoridad local y de la relación público/privado en cada territorio llevará al predominio del espíritu irracionalmente antimercado que caracterizó la campaña del referéndum. Este proceso, más que una restricción del ámbito de la exclusividad pública, conducirá presumiblemente a su ampliación (¡por ejemplo, devolver la distribución de leche a la gestión pública!). El hecho de que estas resoluciones deban ser enviadas únicamente a título informativo a la Autoridad de Competencia y Mercados no cambiará el comportamiento de las autoridades locales.

Una vez definidos los servicios "públicos", la cesión a empresas en cualquiera de sus modalidades deberá realizarse mediante concurso (salvo importes inferiores a 900.000 euros). Se replantean, por tanto, la mayor parte de los mecanismos de licitación y la duración de las líneas de crédito ya previstas por el artículo 23 bis, incluida la disposición -muy criticada y absolutamente injustificada- que favorece la privatización frente a la liberalización, permitiendo el mantenimiento de líneas de crédito directas por parte de las sociedades cotizadas en el cual el accionariado público se encuentre por debajo del 40 por ciento para el 2013 y por debajo del 30 por ciento para el 2015 (artículo 4, inciso 32, letra d) del decreto ley). No hay motivo para trasladar la renta del monopolio a los particulares y no hay motivo para obligar a los Municipios a vender acciones de empresas, incluso cotizadas, en el peor momento, es decir, cuando el precio de la acción está en mínimos históricos. Es una regla que, a nivel político, corre el riesgo de legitimar la posición de quienes se oponen realmente a la liberalización enarbolando la bandera de la lucha contra las rentas privadas.

Por otro lado, no existen reglas estrictas para calificar el "in house" y establecer fuertes desincentivos para mantener las asignaciones directas.

Personalmente, tras quince años de fatigosos intentos, estoy convencido de que la batalla por la liberalización de los servicios públicos locales debe trasladarse a este terreno y no a las reglas de adjudicación de contratos.

Debe establecerse que la gestión "in house" debe corresponder estrictamente a la tipificada por la legislación comunitaria: lo que esencialmente significa volver a las antiguas empresas municipales, porque el "control directo" no puede lograrse mediante la corporación. Este, además, era el compromiso que, como ministro del gobierno de Prodi, había alcanzado con la Refundación Comunista y que, como es lógico, fue echado a pique por el lobby de los alcaldes y los administradores de las empresas municipales.

En segundo lugar, debe establecerse que sólo los Municipios que encarguen los servicios mediante licitación y cumplan todas las normas sobre restricciones a la gestión de las empresas públicas (consolidación financiera, cumplimiento del pacto de estabilidad extendido a la contabilidad del "grupo" del que la entidad es accionista controlante, contratación con normas públicas, cumplimiento del régimen de incompatibilidades) puede: a) aumentar las tarifas y aplicar los impuestos, tasas y recargos previstos en los decretos de federalismo municipal, provincial y regional; b) acceder a cualquier aporte corriente o capital del Estado o Región. Estas son sanciones poderosas y son las únicas palancas que pueden mover una situación de gangrena. Pensar que volveremos a empezar dentro de un año con la resolución “reconocimiento de fallas de mercado” significa, en mi opinión, no avanzar con la urgencia y concreción que exige el dramatismo de la situación.

Los liberalizadores deben cambiar el campo de juego: aplicar las normas europeas y actuar a nivel de restricciones y sanciones. Es más, la pretensión de los alcaldes y otros administradores locales de utilizar potestades tributarias y arancelarias para seguir financiando sus propias ineficiencias y sistemas de clientelismo que se esconden en las filiales es insostenible, a nivel político pero más aún a nivel económico y yo diría nivel ético. . El alcalde Alemanno explica a los romanos, que ya pagan el IRPF municipal y autonómico superadicional al tipo máximo, por qué no liberaliza el transporte local, dado que el coste por kilómetro de la empresa Capitolina es tres veces superior al que produce la operador privado seleccionado a través de licitación que integra la oferta de servicios en el área de la Capital.

¿Cuál es el costo estándar en este caso? La Liga y el Ministro Tremonti nos llenaron la cabeza con la revolución del costo estándar. Bueno: es hora de aplicarlos de inmediato a los servicios públicos locales utilizando el costo de los servicios liberalizados. Hoy que el ajuste presupuestario muerde, el único camino es el de la competencia, la eficiencia, la modernización. Durante muchos años lo hemos perseguido a través de "obligaciones de hacer". El decreto del gobierno, con su lento engorro, corre el riesgo de ser otro intento fallido. En este punto, para lograr el objetivo, es necesario cambiar de rumbo y hacerlo de inmediato con la ley que convierte el decreto.

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