¿Es razonablemente posible contener el consumo energético, frenar el cambio climático y, al mismo tiempo, reactivar el peso de la industria manufacturera en un contexto de recuperación económica todavía muy débil y de crisis de empleo que aún no ha sido superada? Para responder a una pregunta tan compleja, la Comisión Europea lanza dos paquetes de propuestas que reúnen todos estos objetivos. Lanzamiento contextual, a través de dos ruedas de prensa sucesivas en Bruselas con intervención en ambas, para testimoniar la estrecha correlación que el Ejecutivo bruselense atribuye a los asuntos en juego, por parte del presidente José Manuel Barroso. Quien afirma que “tanto para la energía como para el clima, los objetivos no serían en lo más mínimo alcanzables sin el crecimiento simultáneo de la industria manufacturera”. Y añade que, “por otro lado, la solución de los problemas energéticos y climáticos es la condición imprescindible para la recuperación de la economía”.
Las propuestas de la Comisión –subrayadas durante la presentación por el vicepresidente Antonio Tajani (encargado de Industria y Emprendimiento) y los otros comisarios implicados, el alemán Günther Öttinger (Energía) y la danesa Connie Hedegaard (Medio Ambiente)– “son ambiciosas pero realistas ”. Ambicioso, se podría agregar, debido a la dificultad objetiva de alcanzar todos los objetivos previstos. Y realista si tenemos en cuenta por un lado que los plazos son bastante lejanos (2020 para el Renacimiento industrial, e incluso 2030 para la energía y el clima) y por otro lado que en cierta medida la reducción del papel de Bruselas en la relación con los estados miembros de la UE.
Los problemas que la Comisión se propone abordar requieren una acción urgente. Entre éstos, los relativos al Renacimiento industrial (la definición es de Tajani) parecen tener un carácter especialmente inmediato. Aunque solo sea porque se espera que, de manera más general en toda la Unión Europea y en particular en Italia, aceleren la débil recuperación de la economía y reviertan sustancialmente la tendencia en términos de desempeño del empleo.
En una Europa donde el peso de la industria manufacturera sigue disminuyendo (según la última encuesta representa el 15,1 % del producto interior bruto), la Comisión reitera la necesidad de un cambio radical para llevar esa cuota al 20 % en 2020, como se acordó en 2012 “Por eso –aclara Tajani– el tema de la competitividad industrial debe estar en el centro de la agenda política del Consejo Europeo de marzo. A lo que la Comisión también recuerda que para crear nuevos puestos de trabajo es imprescindible reindustrializar y modernizar nuestra economía con gran urgencia”.
Y este es el objetivo que se propone la Comisión con la comunicación "Por un renacimiento industrial europeo", lanzada el miércoles 22. Un documento con el que se invita al Consejo y al Parlamento Europeo a invertir al menos 100 millones del presupuesto septenal de la UE para el "Renacimiento" de la industria manufacturera. Una masa de recursos que, según la comunicación, se pueden reunir apoyándose en una serie de capítulos presupuestarios que incluyen, entre otros, los fondos estructurales destinados a la cohesión económica de las regiones más débiles, los de Horizonte 2020, los de la OTAN de apoyo y desarrollo de la investigación y la innovación, y los de Cosme, el programa de apoyo a la pequeña y mediana empresa.
Estos recursos, añade la Comisión, deberán destinarse principalmente a intervenciones en algunas áreas cruciales para recuperar la competitividad perdida en tantos años de crisis global y dar un nuevo impulso al crecimiento sostenible: en primer lugar energía, transporte, espacio, comunicación digital redes, realización del mercado único. Finalmente, la comunicación dirige una petición apremiante a los Estados miembros ya sus administraciones locales para que se sumen a los objetivos que persiguen las instituciones comunitarias. Y también persiguen objetivos quizás de "pequeño cabotaje" pero muy útiles para restablecer un clima de confianza entre las administraciones públicas y las empresas; como, por ejemplo, la definición de una nueva “Ley de la Pequeña Empresa” que podría permitir la creación de una nueva empresa en menos de tres días con un coste no superior a 100 euros.
En cuanto a la energía, existen serias preocupaciones financieras en la base de la iniciativa de la Comisión: en primer lugar, la derivada de la observación del tamaño de la llamada factura energética, es decir, el coste de importar materias primas (petróleo y gas sobre todo ), que para el conjunto de la UE asciende a 400 2030 millones al año. Una cifra que, en ausencia de contramedidas adecuadas, corre el riesgo de aumentar aún más durante los abundantes quince años que nos separan de 20, es decir, el año en el que deben alcanzarse los objetivos señalados ahora por la Comisión. Objetivos financieros que, subraya el Ejecutivo de Bruselas, deben perseguirse junto con los medioambientales de cara a la conferencia mundial prevista para el próximo año en París para redefinir los acuerdos de Kioto, resumidos en la fórmula 20-20-2020. Es decir, como se sabe, una reducción del 1990% en la participación de las emisiones de gases de efecto invernadero para 20 en comparación con 20; aumento, nuevamente del 20%, de la participación de las energías renovables en el total de fuentes de energía; ahorro, también del XNUMX%, del consumo eléctrico como consecuencia de una mayor eficiencia energética.
Esa fórmula ya no es válida, dice ahora la Comisión con sus últimas propuestas que trasladan el plazo a 2030. Para ese año, los nuevos objetivos establecen que la reducción de emisiones de CO2 respecto a 1990 debe ser al menos del 30%, y que la cuota de fuentes renovables tendrá que alcanzar el 27%. Mientras que, en cuanto a la reducción del consumo, la Comisión reitera la importancia de la eficiencia energética sin, no obstante, establecer nuevos parámetros y luego se limita a anunciar una propuesta de nueva directiva para finales de año.
Por último, cabe destacar una novedad significativa por parte de la Comisión: la elección de no imponer a los Estados miembros el cumplimiento de los parámetros relativos a las energías renovables y las emisiones de gases. No es un "descuido", sino más bien una medida prudencial destinada a prevenir las consecuencias de un posible (quizás probable) endurecimiento por parte de algunos países miembros. Y además, no es alentador registrarlo, el testimonio del mayor debilitamiento de ese espíritu comunitario que tantas veces en el pasado fue el aglutinante que permitió los pasos más importantes en el proceso de integración europea.