El último informe del Tribunal de Cuentas sobre el presupuesto de laINPGI, el organismo que gestiona el bienestar y asistencia de los periodistas, no deja lugar a muchas dudas: el año pasado el Instituto perdió 81,6 millones con un gran salto frente a los 51,6 del año anterior y los 7,3 activos de 2012. Desde la crisis de la industria editorial no sugiere una rápida reversión de la tendencia, sin intervenciones drásticas el INPGI parece abocado a la quiebra y las pensiones de los periodistas en riesgo.
Cómo llegamos a este punto? y ¿de quién es la responsabilidad? Teniendo en cuenta las dificultades económicas del sector editorial, la principal responsabilidad recae sin duda en la Junta Directiva y en particular en su presidente Camporese quien, hasta hace 12 meses, negó la existencia de ningún problema para el Instituto y de hecho acusó a quienes , habiendo leído los estados financieros, temió por la suerte del INPGI y pidió intervenciones inmediatas. Después de todo, el presidente y el consejo son un remanente del socialismo real que ha caracterizado al sindicato único de periodistas durante muchos años. En efecto 12 concejales de 15 son elegidos por el FSNI, es decir por el sindicato, que ahora es poco más que una estructura corporativa autorreferencial que representa principalmente a sus líderes y sus activistas en el creciente desinterés general de los verdaderos periodistas activos.
Estos son grupos de personas que aspiran a una carrera sindical en lugar de ser un periodista siempre útil tanto para puestos dentro de las redacciones como para la conquista de puestos públicos o parapúblicos bien remunerados. Así, por ejemplo, el de presidente del INPGI que gana 320 euros al año es sin duda uno de los más populares. En su mayoría se trata de personas que saben poco o nada de economía, finanzas y menos aún de sistemas de pensiones que requieren un conocimiento profundo de las matemáticas actuariales.
En el punto en que ha llegado la situación económica y financiera del Instituto, se necesitan intervenciones drásticas y justas. Y no parece creíble que gestione esta fase de sacrificios el mismo Consejo que llevó al desastre o el mismo presidente que ni siquiera ha sentido el deber moral de recortarse su propio sueldo hasta ahora. Por tanto, se necesita la dimisión de todo el Consejo y sobre todo una reforma de la gobernanza con la reducción del papel del sindicato y la posibilidad de confiar la dirección del INPGI no a comisionados del gobierno, sino a sujetos externos profesionalmente expertos en el sector. .
Este es un paso indispensable sobre todo porque el plan de recuperación elaborado por Camporese & Co implica sacrificios considerables tanto para los actuales como para los futuros jubilados, así como obviamente para los editores en términos de aumento de las contribuciones. Bastan unos pocos números para comprender la gravedad de la situación: el desajuste entre prestaciones corrientes y cotizaciones corrientes fue de 102 millones el año pasado. El resto de servicios obligatorios presentan un desequilibrio superior a los 12 millones. El rendimiento de los activos de más de 1,8 millones de euros fue relativamente bajo, mientras que los gastos generales ascendieron a casi 25 millones. El agujero solo podría ser subsanado con una ganancia de capital ficticia realizada con la transferencia de edificios propiedad del INPGI a un fondo de administración especial en el que el Instituto tiene acciones.
En definitiva, una operación de ingeniería financiera que elimina el temible agujero presupuestario solo sobre el papel. En cualquier caso, es recomendable que todos, incluso los no expertos en la materia, lean el claro informe que el Tribunal de Cuentas ha depositado en el Parlamento. Ante el peligro de la inminente crisis financiera, el Consejo ha elaborado un plan de drásticos recortes de prestaciones que, si por un lado son inevitables, por otro parecen incompletos en unas opciones y demagógicos en otras. En primer lugar, Camporese quiere imponer una contribución solidaria a los jubilados existentes.. Esta es una medida punitiva injusta para quienes han hecho uso de las normas vigentes en ese momento y no tienen la culpa de la actual crisis del sistema. Además, el Tribunal Constitucional ya ha declarado inadmisible tal gravamen en varias ocasiones. Además, se trata de un ahorro estimado de 3 millones al año, es decir, 30 millones durante diez años, de los 900 millones que el plan prevé tener que recuperar a lo largo de la década.
Además, se eliminan los préstamos a periodistas que, mirando el balance, dan una rentabilidad interesante, y en todo caso superior a la de otros trabajos. Por otro lado, poco o nada se está haciendo para reducir los costes de gestión que, como se ha dicho, se acercan a los 25 millones y parecen realmente fuera de lugar como señala el propio Tribunal de Cuentas. El INPGI está en gravísimas dificultades. El intento de ponerle un parche sin revisar previamente la estructura del Instituto y sus vínculos con este falso sindicato único de periodistas debe rechazarse precisamente porque ya no se puede confiar en quienes llevaron la situación hasta este punto, sin tener la coraje para intervenir y, de hecho, intentar una dudosa especulación financiera sobre los activos de la institución que, por otro lado, sigue siendo un activo precioso con el que se puede contar para un verdadero renacimiento.