En el Palacio Chigi el aire está tenso. Parece que algunas puertas temblaron más de lo habitual ante el Primer Ministro Giorgia Meloni hizo su anuncio en Instagram: “No introduciremos nuevos impuestos”. La intención era simple, pero necesaria, al menos según el primer ministro. ¿El verdadero problema? No se trata tanto de nuevos impuestos, sino de cómo se declaran. "Si transmitimos mensajes como éste, perdemos consenso y nos debilitamos", afirmó, en referencia a determinadas declaraciones del Ministro de Economía, Giancarlo Giorgetti.
Meloni, un líder que presta mucha atención a las encuestas como pocos, está visiblemente irritado. Desde hace meses guía sus decisiones por una única estrella polar: la consenso popular. Cada medida es calibrada, pesada y probada de antemano por expertos en datos. La Primera Ministra sabe bien que cada palabra puede cambiar el viento a favor o en contra, y por eso declaraciones recientes de Giorgetti Parecían una tormenta de comunicación difícil de gestionar. El ministro, con su enfoque más técnico y realista, habría transformado inadvertidamente al gobierno en una especie de "recaudador de impuestos", una figura no bienvenida por los italianos.
Meloni y Giorgetti, entre cuentas, encuestas y... demasiadas palabras
Sin embargo, a pesar de algunas chispas, se habla de choque abierto entre Meloni y Giorgetti Sería exagerado. En realidad, Meloni tiene plena confianza en su ministro de Economía, y si de algo está orgullosa es precisamente de haber querido que él dirigiera el Mef. A pesar de algunos incidentes de comunicación, Giorgetti sigue siendo uno de los pocos ministros de los que el primer ministro siempre habla bien.
Pero, como suele ocurrir en política, es más una cuestión de roles que de sustancia. Giorgetti es como el capitán de un barco que se preocupa por mantener el rumbo en los mares tormentosos de las finanzas públicas, mientras que Meloni prefiere vestir el uniforme del comandante que tranquiliza a la tripulación y a los pasajeros. Antes de publicar el vídeo en las redes sociales, la primera ministra habría advertido a Giorgetti de su decisión de intervenir públicamente para intentar apagar un incendio que corría el riesgo de desencadenar demasiadas polémicas. Un gesto que demuestra cómo, más allá de sus diferencias estilísticas, los dos siguen en el mismo barco.
¿Impuestos sobre viviendas nuevas? No entres en pánico, pero un poco confundido.
Y aquí está el meollo del asunto: los infames impuestos catastrales. Giorgetti no inventó un nuevo impuesto de la nada, simplemente recordó que ya existe una ley que lo prevé revisión de renta catastral para quienes explotaban el Super bonificación. Como suele ocurrir en Italia, la ley está ahí, esperando a ser aplicada, pero para ello todavía es necesario un paso regulatorio que actualmente falta. Y aquí el problema es doble: la revisión de los ingresos no es un capricho del gobierno, sino una petición de la Unión Europea para conceder a Italia un plan de recuperación financiera más suave. En resumen, el mensaje de Giorgetti no estaba dirigido tanto a los italianos como a Bruselas. Pero en política las palabras viajan más rápido que las intenciones, y basta con tocar el botón de "casa" e "impuestos" para que medio país salte de sus asientos, y Mario Draghi algo sabe al respecto.
Al final, sin embargo, la revisión catastral sólo afecta a un pequeño porcentaje de italianos: alrededor del 4% según las estimaciones. Sin embargo, el temor a un nuevo golpe fiscal se extendió rápidamente, empujando a Meloni a intervenir para poner orden en los rumores. El Primer Ministro precisó que todavía no hay cifras definitivas sobre cuánto podría aportar realmente esta revisión a las arcas del Estado y que, por ahora, nadie debería temer nuevos impuestos vienen. En definitiva, que no cunda el pánico, pero un poco de confusión sí.
Pero si algo es seguro es que Meloni no está dispuesto a perder el consenso. El mensaje que envió a Giorgetti es claro: los impuestos son impopulares y en un gobierno que pretende mantenerse firme, la comunicación lo es todo. Especialmente si el riesgo es hacer perder la confianza a los electores, el único capital que, en política, es verdaderamente imposible de gravar.