Mirando el lado positivo, al menos podemos decir que todos nuestros equipos siguen ahí, jugando en Europa. No la Europa que más importa, la del brillo y los miles de millones, la del Barcelona, el Bayern de Múnich, el Real Madrid y compañía cantante, pero sigue siendo Europa.
Si nuestro único abanderado en la Champions League es la Juventus, a la espera de un empate que haga temblar las muñecas dado el segundo puesto del grupo por detrás del Atlético, la Europa League, en cambio, nunca ha sido tan italiana, con cinco equipos de un total de treinta y dos.
La Europa menor, la muchas veces maltratada o ignorada, la que, para muchos, fastidia, cansa a los jugadores y no tiene el encanto ni los ingresos de su hermana mayor. Esta Europa se convierte ahora en un feudo italiano: Roma, Nápoles, Inter, Fiorentina y Turín esperan las urnas para los dieciseisavos de final.
Y quizás también convendría, llegados a este punto, mirar con otros ojos esta copa que ha cambiado de nombre hace unos años y que ni siquiera tiene grandes orejas. Podría ser útil, más allá del dinero, para seguir adelante, y tal vez, quién sabe, incluso ir a buscarlo.
Por la gloria, por supuesto, pero también para devolverle sustancia a un ranking de la UEFA cada vez más despojado. Y quizás porque, si no puedes permitirte comer en la Pérgola, quizás sea hora de que empieces a disfrutar de lo que tienes, en lugar de mirar a los demás por las ventanas.