La Iea, Agencia Internacional de la Energía, durante la presentación de su Energy Efficiency Market Report 2013, subrayó que el mejor combustible es la eficiencia energética, es decir, la eficiencia que se obtiene del ahorro en el consumo (en definitiva, del consumo evitado).
Desde el punto de vista económico, entre 1974 y 2010 la eficiencia energética ahorró 32 mil millones de toneladas equivalentes de petróleo, si no se hubiera implementado en el mundo se habría consumido un 65% más de energía primaria (datos de 2010).
Los estudios de este tipo de economía comenzaron tarde, pero según la IEA, solo en 2011, las inversiones en eficiencia oscilaron entre 147 y 300 mil millones de dólares, valor equivalente al costo anual de todos los combustibles fósiles que se utilizan para producir electricidad, y esto es aún mucho más bajo que los subsidios al consumo neto de combustibles fósiles ($523 mil millones en 2011).
La AIE también subrayó que el potencial de la eficiencia energética está lejos de estar completamente explotado. En el sector residencial estamos apenas al 20% del potencial, en la industria apenas por encima del 40%.
La búsqueda de una mayor eficiencia está íntimamente ligada al desarrollo tecnológico y su aportación, como apunta la AIE, siempre ha sido relevante, incluso antes de la atención a las emisiones de CO2 y al desarrollo de las energías renovables. Pero incluso la eficiencia no puede considerarse una panacea. Quizá lo más importante sea saber evaluar dónde termina el adelgazamiento saludable del consumo y dónde empieza el consumo de la economía.
