La Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión, abreviado TTIP, como se hace referencia en las negociaciones en curso a principios de 2015, inicialmente conocida como Tratado Transatlántico de Libre Comercio (TAFTA), es el acuerdo comercial entre la Unión Europea y los Estados Unidos de América con el objetivo de la liberalización del comercio. La eliminación de los derechos de aduana y la reducción de las barreras no arancelarias crearía una gran zona de libre comercio entre los dos lados del Atlántico, capaz de contrarrestar a las otras grandes potencias económicas de Asia y el Pacífico. A la espera de los promotores, el TTIP debería traer beneficios para ambas partes, con un aumento del PIB estimado en 119 millones de euros al año para Europa y 95 millones para EE.UU.
Las negociaciones entre la Unión Europea y Estados Unidos, precedidas de contactos informales y grupos de trabajo para estudiar la viabilidad del acuerdo, se iniciaron formalmente en julio de 2013. En un periodo inicial las negociaciones se desarrollaron de forma muy confidencial, tanto que suscitar numerosas críticas por la falta de transparencia. Más recientemente, a fines de 2014 y principios de 2015, la Comisión Europea hizo promesas públicas de mayor transparencia. Esto, al menos hasta el momento, no ha apaciguado las críticas al tratado que aparece por su contenido, considerado desequilibrado a favor de una parte, EE.UU., y sobre todo del frente transversal de los grandes productores.
Entre otras cosas, los acuerdos conducirían al reconocimiento mutuo de los estándares de producción. Esto significa que Europa debería aceptar la importación de productos de EE. UU. independientemente de que cumplan o no con las normas europeas, y viceversa; con el riesgo de que los estándares de producción se ajusten al mínimo común a ambos lados del Atlántico. El proceso virtuoso opuesto, una adaptación al mejor nivel común, es difícilmente imaginable, aunque solo sea por el tiempo necesario para las adaptaciones: el nivel de un estándar de producción deriva no solo de las disposiciones reglamentarias emitidas en un momento determinado, sino de un largo proceso de estudio, de aplicación, de adecuaciones, de controles, de sanciones.
En el caso concreto, sin embargo, los tiempos previstos son demasiado cortos: el presidente Obama, empeñado en asumir el éxito al final de su mandato presidencial, especialmente tras el vigoroso avance de los republicanos en las recientes elecciones de mitad de período, está presionando para una rápida conclusión del tratado, tanto que incluso se prevé su entrada en vigor para 2015. A continuación viene el empuje de los principales impulsores de la iniciativa, todos del lado de los productores, principalmente los grandes, principalmente del lado americano. Este interés demasiado vivo aumenta la sospecha de que los beneficios esperados de la operación serían precisamente desequilibrados contra Europa, contra Italia, contra los consumidores.
Tampoco se prevé un período previo en el que pueda tener lugar una armonización normativa previa entre ambas partes. Sin embargo, esta armonización tendría lugar necesariamente en una etapa posterior, después de un período de aplicación que sería inevitablemente doloroso. A modo de analogía, parece oportuno recordar que el proceso de formación de una zona de libre comercio en Europa requirió varios años: desde la firma del tratado de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), firmado el 18 de abril de 1951, hasta el Tratado de Roma de 25 de marzo de 1957, que dio origen a la Comunidad Económica Europea (CEE) y entró en vigor el 1 de enero de 1958; y para todos fue un acontecimiento de época.
Después de todo, es difícil formarse una opinión equilibrada. Según algunos, el TTIP será el tratado más importante del mundo, creando la zona de libre comercio más grande del mundo entre las economías de EE. UU. y la UE, con más de 800 millones de habitantes que en conjunto representan la mitad del PIB mundial y el 45% del flujos comerciales. Sin embargo, según muchos otros, el TTIP es una negociación que se está dando sin protagonismo mediático y participación ciudadana, delegada a un órgano ejecutivo, caracterizada por tanto por una escasa democracia y, sospechosamente, por una escasa apertura ciudadana. Se espera que bajo el liderazgo del Comisionado recién nombrado se cumplan las promesas de mayor apertura ahora registradas, para dar a conocer mejor los pros y los contras de la operación.
La UE está comprometida a nivel de Comisión y, bajo su mandato, la responsabilidad de la negociación recae principalmente en la Comisaria de Comercio, ahora Cecilia Malmstrom, recientemente nombrada en este cargo, pero también en otros Comisarios interesados en el tema. Según información común, hay cientos de funcionarios y cabilderos estadounidenses que se ocupan del tema estacionados en Bruselas, pero muy pocos europeos.
Sorprende que en Italia, contra cuyos intereses nacionales varios puntos del TTIP parecen contrastar con mayor fuerza, salvo contadas excepciones, el tema no se debate tanto como su importancia merece. Los medios de comunicación fueron tacaños con las noticias, informaron solo declaraciones oficiales exiguas, aclarando muy poco el alcance de las negociaciones en curso. Parece que en otros países europeos la conciencia del alcance de lo que está en juego es mayor. Sin embargo, hay algunas iniciativas muy críticas, que también cuentan con la participación italiana, y han obtenido millones de suscripciones.
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