Periódicamente, incluso en las portadas de los principales periódicos, resurge la idea de que la deuda pública no es realmente un problema tan grave porque podría estar sujeto a lo que a veces se denomina una "reestructuración ordenada". Aunque pocos hablan abiertamente de ello, muchos, de derecha e izquierda, parecen creer, más o menos conscientemente, que tales soluciones son posibles o incluso deseables para liberarse de la odiada austeridad.
Es cuando menos extraño que estas ideas muchas veces provengan de los mismos sujetos que montan la protesta de unos cuantos miles de bonistas subordinados sometidos al régimen de recapitalización interna o que consideran impresentable a Giuliano Amato, un verdadero enemigo del pueblo porque en 1992 impuso una tasa única sobre los depósitos bancarios del 6 por mil, una medida ínfima en comparación con lo que se necesitaría hoy para "resolver" el problema de la deuda.
De hecho, es bastante evidente que cualquier medida de reestructuración debe tener un orden de magnitud tal que reduzca el stock de valores públicos, o al menos su valor actual, en varias decenas de puntos del PIB. De lo contrario, solo generaría la expectativa de una nueva reestructuración y con ella una fuga masiva e insostenible de capitales.
Por lo tanto, sería un impuesto absolutamente enorme, nunca antes experimentado, que provocaría la quiebra de los bancos y un empobrecimiento repentino de millones de familias, especialmente de ancianos, que poseen títulos de deuda del estado italiano. En comparación, el conjunto de todas las medidas "odiosas" tomadas en el pasado, desde la tasa de Amato hasta la eurotasa de Prodi, el Imu de Monti, la reforma de Fornero, el bail-in de algunos bancos parecería poca cosa.
Evidentemente, la enorme tasa sobre la deuda pública tendría el efecto de secar el consumo y la demanda interna, desertificar el tejido productivo y generar nuevo paro masivo: lo contrario del fin de la odiada austeridad, incluso sin contar con las medidas de austeridad adicionales que reclamarían por los acreedores internacionales.
Entonces se trataría de un escenario sin precedentes y en todo caso muy grave. Grecia en 2012 no es un precedente útil para entender lo que puede pasar, por varias razones. En primer lugar, la reestructuración, que por cierto no resolvió en absoluto el problema griego y no permitió aflojar las garras de la austeridad, se produjo después de que el valor de los valores se desplomara tras la crisis y, por tanto, fue voluntaria o carácter semivoluntario.
En segundo lugar, solo una pequeña fracción de la deuda estaba en manos de los hogares; la mayor parte eran bancos locales, que fueron rescatados con dinero de la Troika, o inversores institucionales. Finalmente, y sobre todo, desde el estallido de la crisis en 2010, los contribuyentes de otros países se han encargado de reponer los mercados, renovando todos los valores vencidos y financiando nuevos déficits.
Tampoco resultan útiles las comparaciones con las más de cien reestructuraciones gestionadas a lo largo de setenta años por el FMI en países emergentes porque se referían casi exclusivamente al componente de la deuda en moneda extranjera, mayoritariamente en manos de entidades financieras no residentes.
Una reestructuración “en frío” en una sociedad moderna con ahorro masivo es una experiencia que la humanidad aún no conoce.
Trabajando en mi imaginación sobre tal realidad, no pensaría, como lo hace por ejemplo Marcello Sorgi, en "Colosseo vendesi", que en definitiva es una historia casi ordinaria. El pensamiento se dirige más bien a los veteranos de la primera posguerra ya la Italia barrida por las brigadas negras. En lugar de veteranos habría ahorradores traicionados por el Estado y unos cuantos millones de parados.
No sería difícil encontrar en la realidad actual unas miles de balillas tras la estela de un líder populista virulento entre los muchos que nos contagian cada día con sus parloteos contra el euro y contra Europa.