Como es sabido, la historia no es cuestión de hechos, sino de quienes los cuentan. Y las distorsiones tienden a vivir mucho tiempo, especialmente cuando las hacen (ciertamente de buena fe) personas respetables. Así se me ocurrió asistir anteayer 8 de junio, en la iglesia milanesa de Santa Maria delle Grazie, a un ameno y apasionado discurso en el que Gherardo Colombo recordó a Giorgio Ambrosoli. Colombo, antes de renunciar en 2007, fue uno de nuestros mejores magistrados. No conoció a Ambrosoli directamente, pero junto con Giuliano Turone arrojó luz sobre su asesinato. Asesinato perpetrado en julio de 1979 por un tal Joseph William Aricò, asesino de la mafia americana pagado por Michele Sindona. Al citar a todas las figuras del establishment que se habían doblegado a los deseos de Sindona (con Giulio Andreotti a la cabeza, primer ministro y gran protector de la época), Colombo insertó en cierto punto a Enrico Cuccia. Según él, a pesar de haberse enterado por el propio Sindona de su intención de eliminar a Ambrosoli, se había mantenido en silencio al respecto. Si hubiera hablado, este es el sentido, las cosas “podrían haber ido de otra manera”.
Ni siquiera Cuccia conocía a Ambrosoli y, por lo tanto, no tenía confianza en él; pero no es verdad que guardó silencio. Estaba siendo chantajeado por Sindona, quien amenazó con secuestrar a sus hijos a través de sus amigos de la mafia estadounidense. Los que le enviaron el propio Aricò para amenazarlo y finalmente quizás para eliminarlo si ese asesino lograba encontrar la nueva casa en la que se había mudado Cuccia y luego Aricò no había muerto a su vez tratando de escapar de una prisión de Manhattan en la que estaba acabado. . Sindona amenazó a los hijos de Cuccia cuyas direcciones y hábitos había descubierto. Para ello accedió a reunirse con él en Nueva York en abril de 1979 y en esa ocasión Sindona le dijo que quería asumir la responsabilidad moral (¡sic!) de hacer desaparecer a Ambrosoli. A su regreso, Cuccia no guardó silencio como dice la vulgata, sino que envió a su abogado, el profesor Alberto Crespi, a los magistrados Ovilio Urbisci y Guido Viola para advertirles del peligro que corría Ambrosoli. Mientras estuvo vivo, Cuccia no quiso revelar este hecho. Tras su muerte el 23 de junio de 2000, fue el propio Crespi quien lo reveló en una entrevista con el Corriere della Sera.
Cito por tanto del Corriere della Sera del año 2000, días 30 de junio, 1 y 2 de julio. Crespi: "Enrico Cuccia me encargó que informara al juez de instrucción Ovilio Urbisci de las amenazas que Michele Sindona profirió al síndico durante una entrevista en Nueva York en abril de 79"; Crespi acudió al juez a la mañana siguiente del regreso de Cuccia de Nueva York: "Le expliqué la situación, le traje las vívidas impresiones de Cuccia"; “Urbisci me explicó que estaba perfectamente al tanto de las amenazas. Los teléfonos estaban intervenidos". Pregunta del entrevistador: "¿Por qué Cuccia en el Tribunal de lo Penal de 85 declaró en la sala que no le había dicho a nadie sobre las amenazas a Ambrosoli por temor a una demanda por calumnias?". Crespi: “Cuccia sabía perfectamente que los magistrados habían sido avisados puntualmente por mí... y por tanto sabía que así había cumplido con sus deberes de ciudadano. A estas alturas hubiera sido absurdo poner en peligro la vida de los propios hijos declarando públicamente en la audiencia que me había dado instrucciones de informar de todo a los jueces milaneses". Sindona se suicidó en marzo de 1986. Los magistrados respondieron a Crespi confirmando: “… prof. Crespi tuvo, en la primavera de 1979, que expresar fuertes preocupaciones propias y del Dr. Perrera para la seguridad del abogado. Ambrosoli y los propios jueces de instrucción”. Para comprender el tenor de las llamadas telefónicas amenazantes recibidas por Giorgio Ambrosoli, registradas por la policía, vale la pena releer el libro publicado por su hijo Umberto en 2009 "Pase lo que pase", Sironi Editore; por ejemplo, el 12 de enero de 1979: “¡tú eres digno sólo de morir asesinado como un c.! ella es una c. y B.!" (pág. 238).
He tenido el privilegio de trabajar con Enrico Cuccia durante muchos años y solo puedo confirmar su rectitud moral y conducta ejemplar en sus acciones. Acusar de cobardía (este es el significado de la vulgata) a un hombre que en medio de amenazas mafiosas se expuso personalmente, rechazó suministros, siguió caminando por Milán viniendo a trabajar en el mismo lugar y a las mismas horas no solo es infame , es una vil tontería.