El juego se juega a lo largo de la línea entre el folclore y el horror. ¿Matar un toro a espada es una manifestación de cultura o un gesto de barbarie sin sentido? El eterno debate sobre la tauromaquia vuelve a estar de actualidad entre los dos grandes enemigos de España: Madrid y Barcelona. Hace poco más de un año, Cataluña prohibió el más famoso de los espectáculos nacionales, pero la capital no está de acuerdo: en el Congreso de Madrid, el partido de gobierno propuso promover la tauromaquia como un "bien cultural", una medida que obligaría a Barcelona a volver sobre sus pasos. El proceso legislativo para responder a la innovación (o provocación) catalana ha comenzado.
De hecho, tal y como recuerda hoy el "Corriere della Sera", no podría haber más confusión en torno al espectáculo taurino: por un lado, las leyes comunitarias contra el maltrato animal prohibirían "el arte de la tauromaquia"; por otro, la competencia de sus rivales franceses, que desde hace dos años declaran la tauromaquia como uno de sus "patrimonios culturales". También hay que tener en cuenta que los espectadores en las gradas de las plazas de toros están en constante descenso, mientras que en épocas de crisis aumentan los aspirantes a toreros.
Pero más allá de cualquier consideración cultural o de sentido común, el choque en este punto es exclusivamente político. El Popolari de Mariano Rajoy hizo de las corridas de toros una especie de estandarte del centralismo, al que se oponían implacablemente los catalanes, celosos de su propia autonomía, por decir lo menos. Nadie ha pedido aún la opinión de los toros.
