Juicio del autor:
Esta semana vamos (o más bien volvemos) más allá del cine, al menos de lo que siempre hemos entendido como entretenimiento en la gran pantalla. Vamos a hablar acerca de Roma, de Alfonso Cuarón, ganador de la reciente Venice Review como mejor director, además de ganador del Oscar con Gravity. Dijimos vamos y volvemos más allá del cine porque esta película estuvo unos días en los cines y, a partir del próximo 14 de diciembre, sólo podrá verse a través de la plataforma de streaming de Netflix.
Algunos lo han llamado una obra maestra (en el Messenger lo escribió Gloria Satta "... muy poderoso y espectacular") y, en parte, estamos de acuerdo. Roma narra de forma autobiográfica la juventud del director en su casa de la Ciudad de México allá por la década de 70, cuando se celebraban las Olimpiadas en esa capital. Toda la historia gira en torno a dos figuras femeninas centrales: la madre Sofía y la criada Cleo (excelentes y desconocidas actrices: Marina de Tavira y Yalitza Aparicio). En torno a ellos se suceden "pequeñas tragedias" como la separación de su marido para Sofía y un parto fallido para Cleo, mientras los niños de la casa participan como testigos de los hechos. El guión es tan sencillo, esencial, como suficiente para describir en detalle los sentimientos, las tensiones y los dramas (incluido el social que vivía México en ese período, cuando, recordemos, ocurrió la masacre en la Plaza de los tres culturas donde hubo cientos de muertos entre los estudiantes que animaron la manifestación contra el gobierno).
Cuarón supo contar, tal vez ilustrar sea el verbo más adecuado, un cuadro de humanidad compleja, afectada pero no aniquilada donde el nexo, el hilo conductor, es un gran amor entre todas las figuras involucradas. En primer lugar Cleo, de etnia india, hacia los niños que cuida con una mirada rara de ver incluso para una actriz consumada y experta, luego Sofía hacia Cleo cuando no dejará de protegerla cuando lo necesite. Las figuras masculinas, en cambio, aparecen pequeñas y mezquinas, pobres y apartadas, oscuros actores secundarios en una escena que prescinde gustosamente de ellas. Esta pintura cinematográfica fue dibujada íntegramente en blanco y negro, de altísima calidad y sofisticación (el rodaje se realizó en película de 65 mm) con sumo cuidado, rozando la obsesión, tanto de los detalles como de los planos generales. Algunas de ellas (la escena de los niños hacia el cine así como la del mar) deberían ser propuestas a las escuelas de cine por la precisión, la limpieza formal, la estética de las imágenes ya que se encuentran en los límites de la perfección. Dejamos sólo una pequeña duda sobre el forzamiento hacia un formalismo descriptivo que, por momentos, parece más actual, de moda, que el rasgo original del director.
Sin embargo, es decididamente raro ver un trabajo así y es fácil entender por qué los jurados de Venecia querían premiar una película tan alejada del star system internacional, tan diferente de los éxitos de taquilla habituales. Entendemos entonces por qué escribimos al comienzo de este artículo que estamos "más allá" del cine tradicional, no solo en términos de contenido sino en los mecanismos de producción y distribución. El hecho de que la película de Cuarón solo fuera a los cines por unos días y luego directamente a la plataforma de Netflix subraya un pasaje ya inevitable en la compleja relación entre el cine y la Red. El conocido crítico escribió en el Corriere della Sera en los últimos días Paul Merghetti que boicotear la distribución a través de Internet puede ser un objetivo propio de todo el cine.
Su primero en línea hablamos de eso muchas veces, con motivo de la polémica suscitada en el Festival de Cine de Cannes donde se rechazaron películas que antes no preveían el paso a las salas así como cuando, recientemente, se emitieron directivas gubernamentales para proteger a los productores y operadores cinematográficos ante el avance inexorable de la corriente. . Esta misma película podría demostrar que, por suerte para los amantes del cine, todavía hay sitio para todos. Roma, por su carácter "fotográfico", encuentra su mejor expresión en la gran pantalla y es legítimo tener dudas sobre hasta qué punto puede transmitir las mismas emociones frente a un televisor, por avanzado que sea. No obstante, creemos que es correcto que un producto de este tipo probablemente podría tener una audiencia mayor que la que, de otro modo, difícilmente podría tener la distribución en salas solas, a menudo repletas de películas de mala y mediocre calidad. Reiteramos cuando escribimos: una película debe ser juzgada por lo que ofrece y no por cómo se distribuye. La sentencia, en este caso, está muy cerca de la obra maestra.