Juicio del autor: 2/5
Las aventuras del títere más famoso del mundo creado por Mastro Geppetto y que quería convertirse en niño: entre el tragafuegos, el grillo parlante, el gato y el zorro, Lampwick y todos los demás personajes que lo convirtieron en uno de los más Cuentos infantiles populares en el mundo. Vamos a hablar acerca de Pinocho de Matteo Garrone, acaba de estrenarse en cines y pretende ser una de las películas navideñas. Hay poco que decir sobre la historia: es fácil imaginar que casi todos hemos tenido que lidiar con el títere de la nariz larga cuando decía mentiras.
Le pasan todo tipo de cosas: se escapa de casa, no quiere ir a la escuela, se une a un teatro de otros títeres que, a diferencia de él, tienen el hilo que los une y los manda, es robado por el gato y el zorro, encarcelado, tragado por una ballena, salvado por el hada de pelo azul, transformado en burro y, finalmente, por el mismo hada, transformado en un niño real que volverá a abrazar a Geppetto y vivieron juntos felices para siempre.
Tuvimos la suerte de ver la película en compañía de una nieta de 9 años que, en directo, supo expresar las emociones que sentía y a la que, al final de la proyección, le preguntamos si le había gustado. : sí, pero no es gran entusiasmo. Bueno, la mirada de la niña frente a esta pregunta expresó perfectamente el calibre de la película de Garrone. Una obra que no ha despertado emociones, sin poesía, sin imaginación y sin magia.
Primero los personajes: Mastro Gepetto es Roberto Benigni quien no parecía estar en su mejor momento, aunque solo sea porque ya lo hemos visto en la misma película de Pinocho que dirigió donde hizo el papel inverso. El maquillaje escénico ha enmascarado bien un papel que quizás ya está cansado y no puede darle a Geppetto el peso que se merece. Luego el niño/títere: con toda simpatía por los jóvenes actores, pero algunos son buenos otros no tanto y en este caso parecía particularmente torpe y con un tono dialéctico un poco molesto en algunos momentos.
Y así sucesivamente con los demás personajes secundarios. Pero es evidente que, como siempre, el problema es quien dirige a los actores, de los que escriben los textos, de los que tienen en mente una forma de narrar con imágenes capaz de tocar el corazón, la mente, la imaginación. Aunque todo era sabido y dado por sentado hasta el último detalle por quienes, ya adultos, aún recuerdan la historia de Pinocho, era legítimo esperar algo más y mejor de lo que ya hemos visto.
De hecho, no debemos olvidar en primer lugar la que, a nuestro juicio, es una obra maestra de Luigi Comencini emitida en las pantallas de televisión de la Rai en seis episodios en 1972 (repetidos diez años después) con actores de la talla de Nino Manfredi (Geppetto), Gina Lollobrigida (el hada), Franco Franchi y Ciccio Ingrassia (el gato y el zorro). Cualquier comparación es impensable.: realizada en blanco y negro, con efectos especiales de la época y producida para una audiencia televisiva.
Pero la diferencia sustancial, en lo que todavía nos ayuda la memoria, está en la expectativa y en las emociones que se suscitaron. Después, en 2002, Roberto Benigni dirige y escribe el guión (con la prestigiosa participación de Vincenzo Cerami) de la edición cinematográfica más conocida y realiza la que es considerada una de las películas más caras de la historia del cine italiano sin luego tener el éxito esperado (ni siquiera logró ser nominada por un Óscar).
Este Pinocho es frágil en la historia humana, en la metáfora de la existencia de los individuos en esta tierra, aunque sean "de madera", no se destaca la frontera entre el bien y el mal, lo bello y lo feo, el bien y el mal y en Al final, todos se parecen un poco. Collodi, el autor del Pinocho real, nos contó otra historia que Garrone, atento también a los barrios bajos de los sentimientos (solo recuerda a Gomorra y Dogman), en este caso no parecía capaz de hacerlo con la misma habilidad.
Pecado. Se perdió una buena oportunidad de revisar al títere de nariz larga que aún podía decir muchas cosas nuevas, actuales y útiles para este país.