Nadie esperaba semejante caída. Un colapso repentino, un deslizamiento de tierra. Como si no hubiera suelo bajo tus pies y tuvieras que jugar suspendido, sin ningún equilibrio. El Real Madrid venció 4-0 al Bayern de Múnich en casa y mandó a casa al vigente campeón al término de un partido sin historia.
Los de Guardiola parecían perdidos desde el principio, como colgando de un hilo muy frágil. Soldados sin alma asfixiados por su propio juego. Parientes lejanos, en todo caso, del once que el año pasado, dirigido por Jupp Heynckes, había derrotado a todos sus adversarios (el último Barcelona) camino de la final con una facilidad nada desdeñable.
Entonces había otro ritmo, más alegre y sofocante. El ritmo ideal (pero es fácil decirlo hoy en día) para que las estrellas del equipo rindan al máximo, desde Robben hasta Ribery. El Bayern de ayer puso como nunca la posesión estéril del balón, como si le faltara la llave adecuada para acelerar una vez llegado al borde del aire contrario, exponiéndose -pecado mortal- a los contraataques de Cristiano Ronaldo, Bale y Benzema.
Un golpe inesperado pero justo. La Real de Ancelotti demostró el poder de las cosas sencillas, metiendo a sus campeones en una alineación lógica y sin florituras. El doblete de Sergio Ramos -inédito a esta altura- abrió el camino a los blancos, cerrando efectivamente el partido y abriendo la puerta al doblete de Cristiano Ronaldo, que batió así el récord de goles marcados en una sola edición de la Champions League en todas las épocas de la Liga. . Pero los goles de la Real pudieron ser muchos más, dado que la defensa del Bayern bailaba la rumba en cada reinicio.
Esta noche a las 20-45 en Stamford Bridg saltarán al campo los otros dos semifinalistas: Chelsea y Atlético de Madrid. Sea como sea, será una encrucijada evocadora, el enfrentamiento entre José Mourinho (el hombre capaz, más que ningún otro, de polarizar el mundo del fútbol) y su ex equipo o el derbi que podría paralizar al Madrid.
Arranca 0 a 0 en la ida, querido y conseguido con la habitual terquedad del diabólico Mourinho, que aparcó el proverbial blues delante de la puerta de sus padres. La esperanza es ver un poco más de espectáculo y tal vez algunos tiros a puerta. Al final del camino está Lisboa.