También puede ser cierto que nunca cambiar de opinión es una tontería, pero cuando los cambios de opinión son bruscos y radicales siempre dejan cierta perplejidad. Y lo que Bill Emmott, ex director de The Economist, escribió sobre Silvio Berlusconi en los últimos días es sin duda una sorpresa.
Emmott, que es un conocido periodista y escritor británico, también se hizo famoso en Italia por la irreverente portada que publicó en The Economist en 2001 y que se titulaba "Por qué Silvio Berlusconi no es apto para dirigir Italia". Ahora, sorprendentemente, Emmott advierte: “¿Podría Berlusconi terminar siendo el salvador político de Italia? No lo descartes". En resumen, Berlusconi de "no apto" a "adecuado". Pero ¿por qué nunca?
Lo bueno es que el escrito de Emmott lleva un título que sugeriría lo contrario y es vagamente irónico: "La Fiesta Bunga Bunga regresa a Italia". En realidad, el razonamiento de Emmott no está del todo desprovisto de fundamento, aunque dará lugar a discusión, como sucedió hace unas semanas cuando Eugenio Scalfari argumentó que entre Berlusconi y Di Maio habría arrojado de la torre al líder del Cinco Estrellas y salvado al ex Caballero.
El exdirector de The Economist explica en una entrevista con el Corriere della Sera: “No he cambiado de opinión. Berlusconi sigue siendo inadecuado para dirigir Italia. Pero podría ser fundamental para formar una coalición centrista capaz de evitar que el M5S o la Lega sean la fuerza motriz en la formación del nuevo gobierno y será él quien se presente como un salvador político. No digo que sea algo bueno. Pero Berlusconi no puede llegar a ser primer ministro y será una maniobra entre bastidores y es en ese papel que hay que evaluarlo y en ese papel no creo que pueda ser tan negativo" porque "sus posiciones son más moderadas que las de Salvini y Di Maio", aunque una cosa es proclamarse barrera al populismo grillino y otra serlo en la práctica.
En otras palabras, no es que Europa espere en Berlusconi sino que "espera en una coalición centrista moderada o en una gran coalición" en la que Berlusconi pueda jugar un papel decisivo y para ello "espera que Forza Italia salga fortalecida de la Marcha voto de la Liga” de Salvini.
Todo cierto y todo razonable pero con dos condiciones. La primera es la señalada en su momento por Scalfari y es que Berlusconi, tras haber fracasado tres veces en sus anteriores experiencias de gobierno y haber sido destituido del Palacio Chigi en 2011 a raíz de una dramática crisis de la propagación, es realmente capaz descargar o al menos neutralizar la línea antieuropea ya veces racista de la Liga después de las elecciones. El hecho de que el líder de Forza Italia se niegue a firmar un pacto vinculante con Salvini sobre futuras alianzas anti-PD puede ser una buena señal que espera, sin embargo, pruebas en contrario, que naturalmente dependerán de los resultados electorales.
La segunda condición para la rehabilitación política de Berlusconi, neta de sus pendientes judiciales, es que confíe demasiado en sus promesas marineras que tras las elecciones siempre resultan difíciles de desactivar. Pero, desde este punto de vista, su programa, más allá de la evidente contradicción con la línea antieuropea y antieuro de la Liga, contempla unos objetivos que, de traducirse en medidas de gobierno, harían estallar de inmediato las cuentas del Estado y la deuda pública. Cierto es que en campaña electoral se recogen al día un centenar de propuestas hilarantes y ningún partido político está exento de ellas salvo el IETU, la renta de la dignidad, la subida de pensiones y otras artimañas por el estilo, partiendo de la intención derogar la ley Fornero (coste: 350 millones de euros de aquí a 2060) que Berlusconi promete a los votantes sin preocuparse por la cobertura financiera puede encantar a los ingenuos y recoger votos pero, como bien sabe el ex Cav, gobernar es otra historia.