Una cárcel en proceso de excarcelación donde un grupo de policías penitenciarios y un resto de presos en espera de traslado deben pasar juntos los últimos días antes del cierre definitivo de la ruinosa estructura. Esta es la trama de Aire quieto, recién estrenada en cines y la cuarta gran obra del director leonardo di costanzo, que ya ganó un David di Donatello como mejor director novel en 2013.
Hablemos enseguida de los protagonistas: los actores principales son Toni Servillo y Silvio Orlando, acompañado de otros actores secundarios del mismo calibre. Todo el elenco, sin excepción, forma parte de un coro, de un fresco donde se perfila un mundo aparentemente marginal que en cambio, aunque muy indirectamente, nos concierne de cerca: el de la justicia, la solidaridad y los sentimientos. En primer lugar, la película narra las relaciones humanas entre individuos obligados a vivir en un espacio y tiempo determinados. Este mundo se describe a través de imágenes, miradas, expresiones faciales y lenguaje corporal como pocas veces se ve en el cine italiano. Las máscaras en escena son las eternas de la tragedia humana que, sin embargo, en este caso, nos dejan entrever un atisbo de salida, de salvación aun en sus más profundos meandros.
Servillo y Orlando tienen casi una sola expresión, tétrica y tensa, pero basta para decir todo lo necesario. Los diálogos también pueden ser superfluos: hablan las expresiones, los ángulos de los ojos, la mirada de soslayo. Todo está filmado con mano hábil: la cámara siempre se detiene en el punto justo y durante el tiempo necesario. La escena central de la película, la cena en la rotonda de la prisión a oscuras, con sólo la luz de lámparas ocasionales, merece un escenario tanto por la maestría de la dirección como por la notable capacidad actoral de los protagonistas. Es un momento central, donde presos y guardias están en la misma mesa, por un corto tiempo ligados por el mismo destino. Un momento lleno de importantes símbolos y referencias cinematográficas que Di Costanzo resume y sintetiza de la mejor manera.
En el fondo de la narración humana está entonces el protagonista oculto pero siempre en escena: el edificio, la prisión ahora en ruinas, un monumento residual de un pasado lejano que aún existe en el centro de Sassari. Es un lugar de actualidad, que incluso en el cine ha aportado muchas ideas con obras que han pasado a la historia hasta el punto de definir un género concreto desde sus orígenes. Como olvidar algunos títulos entre nuestros muchos favoritos: Metrópoli de Fritz Lang, una obra maestra absoluta, El hombre de Alcatraz por John Frankenheimer, El gran Escape de John Sturges con un Steve McQueen inolvidable y, en Italia, Recluso en espera de juicio por Nanni Loy para finalmente llegar a César debe morir, entre las últimas obras del Hermanos Taviani que, aunque no directamente atribuible al género característico de la "prisión", merece ser mencionado por el lugar donde se rodó (la penitenciaría romana de Rebibbia) y por sus protagonistas (todos presos reales).
La similitud entre Aire quieto y la película de los Taviani es fuerte y no accidental: ambas no descartan la forma y apuntan directamente al fondo de la sustancia: cuando los seres humanos se enfrentan a momentos dramáticos pueden dar lo peor pero también lo mejor y cuando el cine es capaz para contar todo esto de manera efectiva y amena es posible encontrarse ante una gran obra, quizás dura y difícil pero de notable calidad.
A menudo hemos escrito sobre el cine italiano contemporáneo que no siempre logra estar a la altura de su historia, debido a sus dificultades para proponer temas y temas de fuerte proyección nacional e internacional. En este caso tenemos que cambiar parcialmente de opinión: Aire quieto es una gran película y mereció más atención en el reciente Festival de Cine de Venecia, donde se exhibió fuera de competencia.