Inesperada propuesta la del secretario de la UILM, Rocco Palombella, que lanza la idea de un acuerdo entre el Sindicato, Confindustria y el Gobierno alternativa al intercambio de proyectiles de artillería que hemos presenciado en los últimos tiempos. Palombella propone un canje en el que el Sindicato renuncie a la renovación de la CCNL (al menos por la parte económica), el Gobierno prorrogue la prohibición de despidos (y por tanto la CIG), Confindustria renuncie a despedir pero no pague aumentos salariales nacionales.
Una hipótesis concertada que podría desbloquear un sistema de Relaciones Laborales que parece atascado al referirse a una metodología que ha dado resultados muy positivos en tiempos de crisis. Cada parte paga un precio pero obtiene una garantía. Sin embargo, la propuesta de Palombella, para salir de la dimensión de la señal política, necesita una mejor definición y métodos de implementación más efectivos.
En primer lugar, está bastante claro que tres años de despidos son muy difíciles de sostener. En primer lugar para las empresas, que durante tres años no pudieron intervenir sobre la plantilla para renovar o reestructurar, con efectos colaterales inevitables, como la ralentización de las inversiones, especialmente las innovadoras. No hace falta decir que tal bloque conduciría a un estancamiento de las nuevas contratacionesespecialmente en detrimento de los jóvenes.
Pero además de esto hay que tener en cuenta los costes de la operación: está claro que los "sin licencia" deben permanecer en el CIG, y es igualmente claro que las respectivas sociedades no podrían ser llamadas a contribuir en costas, así como es evidente que la cobertura de la aportación al CIG ordinario (pero también extraordinario, si queremos ser precisos) sería marginal si no nulo. Por lo tanto, el costo correría totalmente a cargo del Estado. Difícil cuantificarlo, pero podemos intentarlo: en enero estimamos que las bajas, entre las fisiológicas bloqueadas en 2020 y las que serán provocadas por crisis o quiebras comerciales vinculadas al confinamiento por el Covid, deberían rondar el millón.
En los siguientes dos años los despidos fisiológicos podrían aumentar congelados, pero algunos de ellos podrían renunciar y/o jubilarse. Así que podemos imaginarnos que en los tres años el stock de despidos congelados se podría quedar alrededor de 1 millón, o un poco más. Los costes de la CIG deberían promediar unos 1 millones/mes (1000 euros por un millón) a los que, en el futuro, habrá que sumar casi el 40% de las aportaciones nocionales. Para tres años estamos hablando de 39 mil millones (13 meses para 3 años) más las aportaciones figurativas habituales. Aproximadamente 50 millones, a los que hay que sumar las demás intervenciones de apoyo a la renta que puedan resultar necesarias mientras tanto.
Difícil de manejar para un país que ya gastó 2020 mil millones adicionales en apoyo a los ingresos en 30 y podrá contar con solo 27 mil millones del Fondo SURE. Sin embargo, si imaginamos que la congelación de los despidos es válida solo por un año, el gasto comprometido será de 13 mil millones. Por otro lado, no habrá carga de gastos para NASPI. Eso sí, este último gasto habrá que afrontarlo pasados 12 meses. Pero evitaría prolongarse por otros 24 meses.
Pero las diferencias decisivas, que corresponden a otras tantas condiciones, serían dos. La primera debe consistir en que este “reservorio” de mano de obra sea objeto de Políticas Activas encaminadas a la reconversión profesional y al reempleo/empleabilidad. Para ello se deben utilizar los recursos del SURE, el subsidio de redistribución, el Fondo Social Europeo (involucrando también a las Regiones), llamando a las entidades públicas y privadas a operar en igualdad de condiciones, con reconocimiento económico ante resultados positivos de empleo. El esfuerzo conjunto del Gobierno y los Interlocutores Sociales debería eliminar este stock de desempleados sustanciales, desbloqueando el sistema de Relaciones Laborales.
La segunda es la congelación temporal de la negociación nacional. debería abrir el espacio para negociaciones puntuales a nivel de empresa, en el que se puedan afirmar parámetros verificables y negociables vinculados a la productividad y los resultados. En definitiva: una hipótesis interesante y constructiva que vale la pena discutir.