Los gastos del Estado, aún después de los recortes que están causando la destrucción de alcaldes, presidentes regionales, cargos públicos de todos los niveles, seguirán aumentando. Los datos que procesan las oficinas del Senado en base a las previsiones del Gobierno hablan por sí solos: los gastos corrientes respecto a 2010 aumentarán en 2013 otros 20 millones de euros, hasta alcanzar los 820 millones.
Es decir, una vez más se han recortado las previsiones de aumento de gasto elaboradas por las distintas administraciones que no saben cómo y se ha conseguido una ralentización de los aumentos, pero no una disminución real como se debería hacer. en cambio. La factura, como es habitual, la pagan los ciudadanos que recibirán un golpe fiscal de 100 millones. De hecho, el aumento de los ingresos fiscales entre 2010 y 2013 es muy importante, todo ese dinero debería servir para eliminar el déficit que en 2010 era de 75 millones, pero también para aumentar los gastos corrientes que también se beneficiarán del recorte de inversiones para alrededor de 10 mil millones.
El peso del Estado, por tanto, no está destinado a disminuir. Caste logró salvaguardar todos sus centros de mando. Y no se trata sólo de los salarios de los parlamentarios o de su número, sino de toda esa intermediación parasitaria que nuestra clase política realiza con poca eficiencia y con un gran despilfarro de recursos cuando no con real desvío de dinero a favor de intereses privados.
Las preguntas que surgen de la lectura de estos datos macroeconómicos son dos: en primer lugar, debemos preguntarnos si la maniobra (y de hecho las dos maniobras de julio y agosto juntas) es adecuada para lograr el objetivo de equilibrio presupuestario en 2013; y en segundo lugar, cuáles son las perspectivas de crecimiento del país dado que los ciudadanos se verán aplastados por una carga fiscal que superará el 45% del PIB, un nivel nunca antes alcanzado en nuestro país.
La respuesta a la primera pregunta es sencilla. Todos los cálculos del gobierno se basan en tasas de crecimiento del PIB de alrededor del 1.5%, que hoy en día no son realistas. Tanto el Fondo Monetario Internacional como la OCDE han reducido prácticamente a la mitad sus previsiones de crecimiento para este año y los dos próximos y, además, los efectos de la maniobra basada únicamente en subidas de impuestos provocarán una mayor ralentización de la economía. Por lo tanto, no se logrará el objetivo de un presupuesto equilibrado mientras haya un mayor empeoramiento de la situación del empleo y de las inversiones públicas y privadas.
Pero hay un problema aún más grave que surge al ver las reacciones de los distintos grupos políticos y sociales ante las medidas propuestas por el Gobierno. Y eso es escuchar las declaraciones de los alcaldes y presidentes de las regiones, así como de los sindicalistas y de los distintos lobbies de comerciantes, farmacéuticos, cooperativistas, etc. parece que nadie quiere renunciar a nada, cambiar algo de los viejos hábitos, ofrecer disposición a hacer algunos sacrificios en vista de un reinicio sobre bases más sólidas. Se dice que han surgido impulsos innovadores del contexto social que el Gobierno no ha tenido en cuenta, pero en realidad parece que solo han surgido impulsos de conservación de las distintas categorías.
Tomemos los sindicatos y en particular la CGIL. La impugnación del artículo 8 que establece una mayor articulación territorial o corporativa de la negociación y que es absolutamente imprescindible para hacer un intercambio entre mayor productividad y mayores salarios, tiene un signo de conservación de la actual estructura de relaciones laborales que ya no es apta para el contexto competitivo global en el que debemos operar.
Además, Camusso, al proclamar una huelga general, se excluyó de cualquier vía de negociación para obligar al Gobierno a utilizar la subida del IVA no como un paliativo en sus cuentas, sino para reducir la carga fiscal sobre el trabajo y las empresas, creando un especie de "devaluación fiscal" que podría haber ayudado a reactivar el desarrollo productivo. Y al arrastrar al Partido Demócrata a las calles, Camusso ha impedido que el partido luche por cambiar el rumbo de la maniobra, evitando el exceso de impuestos e insertando más elementos a favor del desarrollo.
Pero ni los alcaldes ni los presidentes regionales se han quedado atrás. Han amenazado con cortar el transporte de cercanías, los servicios sociales y el apoyo empresarial. Nadie ha mencionado la posibilidad de reducir gastos, de recortar gastos innecesarios, de ver inmuebles o participaciones públicas que también hay que vender por razones de eficiencia y para eliminar monopolios anacrónicos. Los presidentes de las provincias eran realmente patéticos. En lugar de mea culpa por operaciones ilícitas y quizás fraudulentas, como la compra por parte de la Provincia de Milán de la autopista Milán-Serravalle, se limitaron a señalar otros posibles cortes que a su juicio son más urgentes que los de las Provincias.
Las cooperativas han contado nada menos que con el apoyo del Vaticano. Los farmacéuticos sobrevivieron. Los comerciantes han limitado la liberalización de la apertura de tiendas únicamente a las ciudades de arte. A los ferrocarriles les gustaría limitar la competencia exigiendo a todos los nuevos entrantes que apliquen su muy oneroso contrato de trabajo. Muy poco se habla de la venta de bienes públicos, tanto estatales como locales, o se adoptan procedimientos tan engorrosos que de hecho impedirán cualquier enajenación.
Todo esto ciertamente no disminuye las fallas del Gobierno que se encontró completamente desprevenido para la llegada de la crisis y que se desgarró internamente en un intento de defender los intereses de tal o cual partido en lugar de proponer un análisis claro de la situación. y recetas coherentes capaces de dar una perspectiva de recuperación y desarrollo a favor de las generaciones futuras actualmente aisladas del mundo del trabajo. Pero seguramente uno se pregunta si la sociedad italiana realmente quiere una recuperación y una recuperación del crecimiento o si la cultura de la sospecha y la desconfianza general hacia la clase dominante han producido un cinismo egoísta generalizado por el que uno vive en la ilusión de poder proteger a los suyos. pequeños o grandes privilegios, sin tener en cuenta la situación general.
Después de todo, cuando ese cinismo es practicado por partidos gubernamentales como la Liga, que ahora se han convertido en defensores del sector público a costa de hostigar a los contribuyentes, ciertamente no se puede culpar a las categorías individuales que buscan defender sus propios intereses particulares. No es casualidad que ayer la presidenta Napolitano hiciera un llamado a los ciudadanos, invitándolos a superar viejos hábitos y tener más coraje. Pero para lograr un cambio en el comportamiento de los ciudadanos de a pie se necesita una clase dominante, principalmente la política, que no proponga maniobras fraudulentas y que sobre todo no busque salvar su particular poder de maniobrar el gasto público en detrimento de los perspectivas de crecimiento de toda la Aldea.