Para mi artículo del 20 de marzo en FIRSTonline (“El crecimiento no viene de los déficits”), algunos objetaron que no contaría con la posibilidad de monetizar los déficits. En este sentido, los llamados Dinero del helicoptero de Milton Friedman, en el que el banco central "regala billetes" a la población y así consigue un aumento del poder adquisitivo y de la demanda agregada.
La teoría HM nunca había sido muy tomada en cuenta por los economistas, porque se suponía que un aumento en la cantidad de dinero en circulación correspondía a un aumento en el nivel de precios, un efecto considerado indeseable. Hoy en cambio se discute seriamente porque la demanda está deprimida y la inflación no tiene miedo, de hecho se considera deseable. De ahí la idea de que podemos lograr lo que yo llamo el "sueño imposible", es decir, tener más déficit hoy sin pagar la cuenta mañana. La monetización se ha convertido en la gallina de los huevos de oro que desmiente la triste ciencia: el famoso almuerzo gratis existe de verdad, el bono de equilibrio es una extraña invención de los economistas ortodoxos, que la han convertido en un tabú inscribiéndola en el tratado de Maastricht.
La respuesta simple a esta alegre, es decir, no triste, compañía de heterodoxos es que la monetización, tarde o temprano, genera inflación, y la inflación es un impuesto sobre los tenedores de dinero. El asunto es bastante obvio en los casos en que no hay escasez de demanda agregada, como en las hiperinflaciones de la posguerra o en la Italia de los años setenta. Cuando, por otro lado, la pregunta es deprimida, el monetización produce efectos positivos –aligerando la carga de la deuda y brindando apoyo a la demanda final– solo si es y se percibe como permanente y, por lo tanto, si genera inflación en el futuro, tomando así la forma de un impuesto diferido sobre los tenedores de dinero. El argumento, desarrollado en una extensa literatura ahora (ver aquí Bruegel, Krugman e constructor) es simple: con tasas de interés cercanas a cero, la ventaja de financiarse con dinero en lugar de valores es muy modesta (si no nula), a menos que la monetización sea permanente, en el sentido de que el banco central renueva los valores públicos para siempre a su vencimiento. .
En este caso, el Estado puede financiarse a interés cero no sólo hoy, sino para siempre, aun cuando las condiciones de la economía cambien. Tasas de interés vuelven a la normalidad. Pero en este punto la mayor cantidad de dinero en circulación produce el impuesto inflacionario que mencioné anteriormente. Además, la monetización no tiene efecto sobre la demanda agregada cuando no logra reducir las tasas de interés nominales porque estas ya están en un mínimo. Sin embargo, puede reducir las tasas de interés reales si, percibido como permanente, produce un aumento en la inflación esperada. En cualquier caso, hay un hecho del que no podemos escapar: tarde o temprano pagamos el impuesto.